sábado, 10 de julio de 2010

Herencia viajera

De mis viajes por todo lo largo y ancho de este mundo, que diría el Capitán Tan, hay algunas cosas que he adoptado en mi vida cotidiana.

Así en casa, con unas hábiles chinchetas clavadas al techo de yeso, tengo montada la red mosquitera que tanto me ha protegido durante dichos viajes.

Al ser tan liviana, las noches de calor, pasa el poco viento que pueda hacer, por lo que no es nada agobiante. Se entra y sale cómodo y fácil incluso por la noche.

La razón principal es evitarnos los bichos picadores, que no son sólo los mosquitos, sino las arañas, esas que te dejan un rosario de picotazos. El ceñir bien la red a los bordes de colchón hace bien su trabajo contra ellas.

Antes estaba uno obligado a dormir con más ropa de la necesaria. O a usar antimosquitos de tipo mecha (un carísimo rollo), o de sistema eléctrico, más efectivos pero también caro.

Ahora la red está puesta de forma fija y hace un a modo de dosel medieval que le da encanto a la habitación. ¡Vamos, que dormimos como reyes, a pierna suelta y con la ventana abierta de par en par!

Pero la gestión de bichos en viajes de pesca es distinta y más completa, ya le llegará el momento de comentarla.

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